miércoles, 17 de julio de 2013

Historia inicial

En el año 1992  tuve noticias acerca de una Yamaha Sr 250 matriculada en 1989 y con 5.000 kilómetros cuyo propietario quería vender.

El propietario se encontraba en el extranjero y su padre, un amable y educado señor de avanzada edad, se encargaba de la venta. Tras contactar con él me llevó a su garaje y me mostró la motocicleta. Estaba perfecta, nueva, como si la acabasen de sacar del concesionario, cubierta por una lona para protegerla del polvo y unas maderas a modo de calzos para proteger los neumáticos.

Desgraciadamente no la pude adquirir por el elevado precio que pedía por ella y por mi precaria situación económica en aquellos momentos del año 1992.

Nunca olvidé aquel precioso ejemplar de Yamaha SR 250, brillando bajo aquella lona en el garaje de aquel señor. Así que cuatro años más tarde, en 1996, volví a visitarle preguntándole por la motocicleta.

Me llevó de nuevo al garaje y allí estaba, en el mismo lugar, en la misma posición, con la misma lona protegiéndola del polvo y esta vez sí, llegamos a un acuerdo y adquirí la motocicleta finalmente.

No fue fácil transferirla a mi nombre ya que el titular en la documentación era el hijo de éste, quien se encontraba residiendo en Reikiavik, Islandia,  así que tuve que gestionar el reconocimiento de firma, trámite obligatorio en aquellos años, a través del consulado de España en aquel país, lo cual fue finalmente admitido por la Jefatura Provincial de Tráfico.

Le dí uso durante años y años, sus caracteríscas principales eran la fiabilidad y el bajo consumo. En zona urbana y algúna salida por el extrarradio se desenvolvía muy bien.

En el año 2008 adquirí una motocicleta nueva, más moderna, aunque nunca pensé en desacerme de mi querída y ya icónica Yamaha SR 250, aunque la abandoné un poco, estuvo aquí y allá pero siempre a cubierto. No obstante, el óxido, la suciedad y el deterioro generalizado hicieron mella en su imágen.

A finales del año 2012 decidí llevarla a mi garaje, limpiarla un poco y valorar como se encontraba, al poco rato la estaba desmontando con la firme idea de intentar devolverle la lustrosa imágen que quedó grabada en mi mente la primera vez que la ví allá por el año 1992.



 

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